Dándole gusto a la vida.

Estudió veterinaria, una profesión que le deparó satisfacciones en lo personal, y olvidados sinsabores en lo económico. Rescata las amistades nacidas de las jornadas universitarias y las noches largas con amaneceres sin bostezos claudicantes. Era el cocinero del grupo, entonces un ejercicio placentero, sin intuir el rasgo incipiente de una vocación que le haría sentir y gozar de una nueva etapa de su vida. Octavio Fueyo es profesional gastronómico, o cocinero, como él se define.

Estudió veterinaria, una profesión que le deparó satisfacciones en lo personal, y olvidados sinsabores en lo económico. Rescata las
amistades nacidas de las jornadas universitarias y las noches largas con amaneceres sin bostezos claudicantes. Era el cocinero del grupo, entonces un ejercicio placentero, sin intuir el rasgo incipiente de una vocación que le haría sentir y gozar de una nueva etapa de su vida. Octavio Fueyo es profesional gastronómico, o cocinero, como él se define.
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La primaria en el colegio Sagrado Corazón, y el secundario en el Centro Agrotécnico Regional, del que fue docente; Pablo Miquet y Aldo
Malespina son los profesionales en los que se referenció para cursar la carrera universitaria en Río IV. Se recibió en el 86 y su primer
trabajo fue de regente de la Veterinaria de Francisco Young. En el 90 fue designado supervisor del Plan Nacional contra la Aftosa en el
departamento General López, cargo que desempeñó hasta el 98; “dos años más en el Agrotécnico y un día me chifló el moño, colgué el título y dejé la profesión”. La verdadera vocación sacudió la modorra, ansiosa de mostrarse.
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En la casa de los estudiantes se repartían las tareas, la suya era la de cocinero, preparando el menú del día con comidas variadas y
siempre con la aceptación de todos. “No les quedaba otra”, arguye sonriendo. Durante el ejercicio de la veterinaria alternó entre la
cocina y los servicios de eventos sustituyendo al padre, afectado por una dolencia que lo tuvo alejado de la actividad, hasta ser permanente cuando la madre no pudo más hacer de la cocina su cometido diario. Los amigos no entendieron cuando decidió dejar la profesión; aduce que era comprensible, ya que no existió un sustento numérico capaz de respaldar la decisión.
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“Sólo las comprende el corazón y se sostienen con el sentimiento. Yo sentía que lo tenía que hacer”, argumenta convencido. No le fue fácil; hubo períodos de depresión, aunque sin mellar su ánimo. Empezó hacer de comer a la Escuela de los Padres y accedió a otros círculos sociales, advirtiendo con lo que sabía no alcanzaba. Estudió en el Instituto Argentino de Gastronomía pagando los costos con comidas semanales que hacía a vegetarianos. “Un día el director del Instituto, Ariel Rodriguez Palacios, compartió una mesa de
estudiantes, siendo para nosotros como si hoy Messi fuera partícipe de una charla con un grupo de fanas”, compara.
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Del encuentro surgió una relación inesperada, “lo invité y accedió a disertar en Venado, con todo lo que eso implicó para la gastronomía
local”. Fue la palanca impulsora para abrir su escuela Gourmet, hoy con más de 80 alumnos. “Ariel fue generoso conmigo, me allanó el
camino y desde el 2003 acá estamos; algunos no creían, yo presentí que iba andar”. Niega que la comida gourmet esté reservada para una determinada clase social, “cuando viajás y te alojas en hotel confortable, donde se disfruta de una buena comida y un buen vino,
querés volver. Un gourmet es aquel que conoce del buen comer y del buen vino, que vive y trabaja de eso”.
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Diferencia el carácter de los títulos en la gastronomía, “el mío es de profesional gastronómico; acá a los cocineros lo llaman cheff, el
Gato Dumas dice que él es cocinero, así como su escuela es Cocineros Argentinos; en la cocina común al cheff lo hace la experiencia,
alcanzás un determinado nivel y te podés llamar cheff. ¿Yo? Soy cocinero”, define. A sus alumnos les dice no olvidar que el saber no
ocupa lugar, y que una mejor base cultural da mayor oportunidad de crecimiento. “Tuve la suerte de ser profesional universitario y
después dedicarme a la gastronomía, un campo competitivo, de desafío permanente, donde si te quedas te pasan por arriba”, advierte.
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Admite que hay cheff reticentes a trasmitir sus secretos culinarios; “los que tienen grandeza interior se sienten seguros y no temen. El
mezquino tiene miedo al otro”. Trabaja con Roberto Landaburu en una comida a instituir como el plato oficial de Venado y sirva de agasajo
a las personalidades que visiten la ciudad. “Sencillo y autóctono. Nada extravagante”, dice. Otro desafío, de los tantos de su trabajo
cotidiano tentando el paladar ajeno. Admite el riesgo que expone al aplauso o el silbido. No teme. Lo sabía cuando quiso ser cocinero y
darle otro gusto a la vida.
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Laboratorio de Analisis Clínicos

Mario Maestu