Ganándole a la adversidad.
A veces somos débiles ante una dolencia incapaz de generarnos males mayores, incluso suele hasta llevarnos a la depresión. A Osvaldo Villa un accidente le inmovilizó una de sus piernas. Se sobrepuso a la contingencia, y el golpe, que en otros podría haber provocado escepticismo y desaliento, obró como un acicate para seguir haciendo ciclismo, el deporte de toda su vida. Tiene 63 años y desde los 16 no se ha separado de la bicicleta. Su discapacidad no es un impedimento para plantearse desafíos y alcanzar objetivos. Fue Campeón Argentino en Gualeguay (E.R.) y Doble Medalla de Oro en el Campeonato Argentino en Kilómetro y Persecusión en ciclismo adaptado. Y va por más.
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La tarde de un domingo apacible respira tranquilidad en el barrio Ciudad Nueva. Es una jornada de descanso. Las indicaciones de un vecino posibilitan la llegada hasta nuestro entrevistado. Al trasponer la puerta de entrada el primer impacto es el espacio reservado a los trofeos, que ubicados de manera prolija y ordenada ocupan y embellecen un lugar de la casa. Son los premios y pergaminos del tiempo en que ambas piernas respondían con docilidad a los mandatos de la mente y el cuerpo, y de los triunfos de hoy en el ciclismo adaptado, una categoría que lo tiene como uno de los principales animadores. No hay lujos, sí un ámbito acogedor, que hace amena la charla.
¿Cómo fue el accidente?
En el cruce de Elortondo, entrenando para participar de un campeonato argentino, me agarró un camión, fue el golpe y una fractura expuesta de fémur que, aparte de lo quirúrgico, derivó en un proceso infeccioso con serias complicaciones que hicieron más lento el proceso de recuperación; fue un año largo que me dejó como secuela el acorte de una de mis piernas.
¿Traumático?
Al principio, porque los médicos no decían nada; yo preguntaba, insistía, pero sólo encontraba evasivas y más preocupante se me hacía porque intuía que algo no estaba bien, la sensación de rigidez de la pierna era un aviso, después vino lo otro, de lo que me costó salir. No fue fácil. Pensar que no iba a estar más arriba de una bicicleta me deprimía, con el tiempo tomé conciencia de que todo dependía de mí. Hay obstáculos en la vida que pueden superarse, es cuestión de proponérselo, de no doblegarse ante el primer intento negativo. Creo que pasa por ahí la cosa.
¿Ese intento consistía en volver a competir?
Lo que quería era volver a andar en bicicleta. De a poco lo fui logrando, y cuando advertí que otra vez era dueño de mi equilibrio y manejaba mis movimientos con más propiedad, empecé a romper palancas, armar y adaptar cosas que me permitieran superar la discapacidad; como pedaleo con una sola pierna, que es con la que le doy la fuerza y el impulso necesario a la bicicleta, tenía que encontrar la posición y el desarrollo adecuados para favorecer el movimiento de esa pierna hábil, mientras que para la otra, que me sirve de apoyo, tenía que encontrar el largo exacto entre el asiento y el pedal. Así, ideando y armando, logré lo que pretendía.
¿Cuándo pensaste en volver a correr?
Creo que todo deportista, como en mi caso, que ha tenido la ocasión de ganar carreras importantes, siempre está latente la idea de competir. Primero fue hacer la recuperación, después volver a andar en bici y más tarde, competir. ¿Ciclismo adaptado? ¡Ni sabía que existía! Cuando volví lo hice en el ciclismo convencional, al lado de los compañeros con los que había corrido antes, y con una sola pierna advertí que mantenía el ritmo y lo hacía a la par de ellos. Entonces me dije: ¿Por qué no intentarlo? Fue como volver a vivir. Sólo quien pasa por circunstancias por las que pasé, puede entenderlo.
¿Tu primera carrera en el ciclismo adaptado?
En ruta desde Teodelina a nuestra ciudad, una buena experiencia en una carrera muy dura, en la que rompí la bicicleta antes de ingresar a la ruta 8, se salió el pedal del lado de apoyo, tuve que usar otra bicicleta y hacer el tramo hasta Venado pedaleando con una pierna y la otra en el aire. Fue una tortura, pero gané la prueba. Ahí más me convencí de que cuando se quiere se puede.
¿Fue una largada distinta?
Quizás un poco ansioso, pero no fue diferente a otras. Es que, pese a los años y la experiencia, cada largada es la misma sensación de la primera vez, adrenalina pura; después el ritmo de la competencia ya te mete en otro mundo. Uno se plantea un plan de carrera de acuerdo a los rivales que tiene enfrente, y en base a eso actúa. Los años son los que dan esa tranquilidad.
¿Y qué vino después?
Varias temporadas de competición ocupando siempre los primeros puestos, hasta que llegó una victoria en Mar del Plata, luego el Campeonato Argentino en Gualeguay (Entre Ríos), y el año pasado en Buenos Aires, la doble medalla de oro en el Campeonato Argentino en Kilómetro y Persecución; ahora me queda el Panamericano en México, a disputarse en fecha próxima, ganar sería el broche de oro. Confío y espero que se den las cosas para estar.
¿Cómo es el entrenamiento?
Es más exigente que antes, porque al faltarle una pieza al motor - sonríe haciendo alusión a la rigidez de su pierna - el esfuerzo es doble; entre una hora y hora media todos los días cuando puedo; si las obligaciones laborales me lo impiden lo hago a la noche, en el velódromo. Lo voy acomodando de acuerdo a mis tiempos, por otro lado los jóvenes se recuperan más rápido, y uno tiene que estar preparado para un nivel de exigencia mayor.
¿Hay apoyo oficial para la actividad?
Particularmente soy un agradecido al área de Deportes, donde siempre encuentro apoyo y el estímulo necesario para competir, igual ocurre con muchos comercios locales que siempre me están dando una mano; por otro lado es una responsabilidad grande la que tengo y me esfuerzo por corresponder, porque adonde voy se que estoy representando a la ciudad.
¿Es un deporte exigente?
Muy sacrificado, más para quien no vive de esto.
¿Y quizás costoso. De qué precio hablamos de una bicicleta de competición?
Entre 12 y 15 mil pesos, hablando de un rodado mediano; depende de las características, las más sofisticadas están lejos de esos valores.
¿Pista o ruta?
La pista me gusta y también el circuito callejero; aunque he ganado carreras lo que no me atrae es la ruta, porque mi limitación física me expone a riesgos que prefiero evitar.
¿Un ídolo?
Juan Curuchet y Walter Pérez; de mi época Juan Carlos Haedo, de Chascomús, que pese a la edad todavía sigue mezclándose con las figuras de la categoría.
¿En ciclismo adaptado?
El entrerriano Rodrigo López, que anda muy fuerte, y fue medalla de oro en Beijing.
¿Un amigo?
Luis Pieraccini, más que un amigo, uno más de mi familia.
¿Qué te deja el ciclismo?
Orgullo, alegría y muchos amigos, aunque en algunas carreras pueda haber algún roce propio del ímpetu que todos ponemos en ganar, pero que no quiebra la amistad; es un ambiente de convivencia sana.
¿Qué le dirías a alguien que puede atravesar una situación igual o parecida a la tuya?
No entregarse. A mí me costó integrarme, volver ser parte de lo que había sido; el temor nos hace reacio a lo que nos rodea, pensando que todos nos están mirando, cuando quizás nadie repara en uno. Es la fuerza interior la que tiene que aparecer para superar ese trance, que es el más difícil. Es un paso, lo que viene después es tan natural como lo que se vivía antes. La familia tiene un rol, que en mi caso fue importante.
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Hizo ciclismo toda su vida, el convencional lo tuvo como uno de sus grandes animadores, con triunfos en competencias provinciales e interprovinciales y el sexto puesto en un campeonato argentino; en el ciclismo adaptado alcanzó sus mejores logros. Los trofeos y los títulos que adornan su vitrina son el resultado de victorias trascendentes. No obstante, su mejor triunfo es haberle ganado a la adversidad.
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Cada largada
es la misma sensación de la primera vez, adrenalina
pura; después el ritmo de la competencia ya te mete en otro mundo.
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Hay obstáculos
en la vida que pueden superarse. Es cuestión de proponérselo, de no
doblegarse ante el primer intento negativo.
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Historias de Vida
Texto : Esteban Stiepovich
Fotos : Susana Villarreal
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