Con las manos en la masa.
Con apenas once años ya trabajaba en una pizzería de su Mendoza natal, a los trece era medio oficial y a los quince oficial pizzero.
Con apenas once años ya trabajaba en una pizzería de su Mendoza natal, a los trece era medio oficial y a los quince oficial pizzero. Los del ´50 y de las décadas que le sucedieron han de recordar a la pizzería “Capri” y su propietario, Oscar Fernández, el grandote al que pocos veían y el que más transpiraba junto al horno enlozado para tener la pizza al toque y hacer de los sabores las delicias de su clientela. Pizzero, casi desde que nació, futbolista en su juventud, amante del boxeo y un buen tipo, que agradece lo que esta ciudad le dio y a los que le abrieron su mano a la amistad.
En 1958 una circunstancia inesperada hizo que abandonara los aires mendocinos y nuestra ciudad se convirtiera en el cobijo para él y su familia: -“Dos amigos de mi tiempo de futbolista habían comprado una pizzería y me ofrecieron ser parte del negocio; así arranqué, con 25 años, mi esposa embarazada y una de mis hijas, que era todavía una nena, llegué a Canals (Cba), donde vivía uno de ellos, que era carpintero y ya estaba trabajando en el mobiliario, el otro era de Venado (Tuerto)”. El primer local estuvo en Belgrano 163, inaugurado un 17 de octubre de l959, con los nervios que acusa el que no conoce la plaza y menos su gente. La incertidumbre pronto se desvaneció, otra pizzería que estaba de hacía tiempo cerró. -“No tuvimos competencia”, acota.
La respuesta de la gente fue más de lo que esperaban, “atendíamos en el interior del local y poníamos alguna mesa afuera, de vez en cuando, porque los vecinos se resistían a lo que hoy es una costumbre”. Tampoco era el tiempo de la pizza entera, los pedidos eran por porciones, que los hombres y algunas mujeres acompañaban con el vino moscato. Después de las tertulias del club Centenario o Jorge Newbery, era habitual la pasada por el lugar para degustar las porciones y hacer algunas gárgaras de medianoche. También Domingo Federico y Donato Racciati, alguna vez hicieron su parada tanguera en el lugar. Ahí permanecieron 10 años; se disolvió la sociedad y se produjo el traslado adonde había funcionado la Joyería San Luis, al lado de Hotel Riviera, siempre por Belgrano, que ya ejercía el atractivo propio de toda calle principal de una ciudad.
Era un local más amplio, con más mesas y comodidad, el plato y los cubiertos empezaron a ser de uso corriente entre los matrimonios y las parejas, aunque persistían los que usaban los taburetes junto al mostrador y comían la pizza al uso nostro, con la porción en una mano y la servilleta en la otra, para evitar el chorreo de la muzzarella”. Fueron otros 10 años, con su esposa, Lili, metida de lleno en el negocio y una clientela que fue creciendo en base a la calidad del producto y la buena atención, “esto fue siempre una preocupación, si la gente ve que lo que hacés mantiene su calidad, no te abandona; en la pizza el secreto está en el sabor, para lograrlo hay que hacer una buena masa, acertar en las proporciones elegidas (queso, tomate, jamón u otro ingrediente) y tener buena mano para el condimento”, define con sapiencia.
Aprovecha para comparar los gustos de aquel tiempo con los de hoy, “No existía la prepizza, tampoco a la piedra, ni a la parrilla, la nuestra era una pizza artesanal”, diferencia. -“El horno es fundamental, nada que ver con los que se usan ahora, el que tenía era todo enlozado, con el que lográs un sabor diferente”, sostiene. Agrega que es el mismo horno que está utilizando su hijo Ramón en “La Pizza de María”, que está en calle Irigoyen, y donde él sigue trabajando con el entusiasmo de otrora, resistiendo al tiempo y los achaques que a veces golpean su cuerpo. Nunca se apartó de la pizza tradicional: “la pizza al molde, de muzzarella, la especial de jamón y morrones, de tomate, queso y anchoas, y la fugazza, la gente no salía de esos gustos”. Ante la necesidad de tener que dejar el local, surgió la posibilidad del club Atenas.
Fueron más de 5 años, de los que guarda buenos momentos. Resalta que la vieja clientela de la pizzería siguió con su fidelidad. En el club popularizó la empanada mendocina, “que acá no se conocía”, aclara. Hubo un lapso en Mitre y Francia, hasta terminar la construcción del edificio de Irigoyen y Azcuénaga, en el que funcionó hasta 2002, y donde, entre los fanáticos de la pizza, también estaban los que tenían su debilidad por la milanesa al horno, con queso y la salsa pizzera. A lo largo de la charla repite que trataban al cliente como un amigo, “cuando inauguramos en Belgrano 163, uno de los primeros clientes fue Coco (Ademar) Felez y la esposa, que estaba con su primer embarazo; hacían la consulta con el doctor (Eduardo) Fay, que tenía su consultorio frente a la pizzería, y después los atendíamos nosotros”, recuerda con una sonrisa.
Dice que fue así todos los años que pasaron después, naciendo una relación de afecto que aún hoy se mantiene. Otro fue Carlos Marenghini, que se casó el mismo día de la inauguración de la pizzería, “y todos los 17 de Octubre nos llamábamos para saludarnos y hablar de aquellos tiempos”. El negocio le permitió crecer y darle seguridad a su familia (la esposa, dos hijas y un varón) No oculta su satisfacción cuando expresa que gran parte de la clientela de su hijo es toda aquella que supo ser suya, y las generaciones que lo acompañaron con la fidelidad de sus predecesores. Con su
Esposa recuerda a la familia Kakefuku (Tintorería Japonesa), como “los pri
meros y mejores amigos que tuvimos”; a Ricardo y Chomena Martiarena y a Raúl Terragona y Alejandro Urbina, “los socios que nos decidieron a llegar a esta ciudad, para conocerla y hacernos sentir parte de su gente”, afirman.
Tuvo tiempo y energía para dedicarse como dirigente a la actividad boxística, siendo con Gerardo Negrini, uno de los artífices de aquellas jornadas únicas del deporte de los puños en la ciudad, “que me dio muchas satisfacciones y grandes amigos”, rememora. Conserva el pantalón y los guantes de campeón argentino de Víctor Galíndez, y los guantes de Miguel Ángel Cuello, cuando obtuvo el título nacional, obsequio de ambos, entre otros trofeos. De las figuras que pasaron por Venado Tuerto todas conocieron la “Capri”, de Avenamar Peralta a Etchegaray, de Nicolino Locche a Carlos Monzón, de los que estaban en actividad a los que habían dejado su nombre en la marquesina de los grandes. La “Capri” y su pizza eran una excusa para reunir a la familia o los amigos en derredor de una mesa. Un orgullo en su alforja de recuerdos.
Historias de Vida
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Texto : Esteban Stiepovich
Foto : Susana Villarreal
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