Por Darío H . Schueri – Desde Santa Fe

Decíamos en nuestra anterior columna que Javier Milei había ganado la batalla dialéctica, emotiva y cultural, dibujándole la agenda a Patricia Bullrich. También le marcó la cancha a quien resultare ganador de las elecciones generales del 10 de septiembre en Santa Fe.

Hace una semana 14 millones de argentinos decidieron poner en remojo las barbas de la clase política, afeitando al oficialismo gobernante por la pésima política económica y un pasado plagado de corrupción. Nuestra percepción es que todo empeorará rumbo a las generales del eterno octubre y la sociedad decidirá terminar de un plumazo con el actual gobierno. No habrá balotaje por más esfuerzos que haga el oficialismo por conseguirlo.

De la practicidad discursiva de Patricia Bullrich, candidata de Juntos por el Cambio, acompañada por la presentación de un socialmente entendible y técnicamente solvente plan económico para comenzar a terminar con la “maldita inflación que se come lo que te llevás al bolsillo”, al decir del arzobispo de Buenos Aires Jorge García Cuerva, dependerá que el supuesto mesías de La Libertad Avanza, Javier Milei, no siga creciendo, sino que además resigne algunos votos de los ya satisfechos con la severa lección del domingo 13.

En principio no sería muy difícil contrarrestarlo, pero se necesita de una prudencia dialéctica y serenidad emocional singular para no caer en el terreno en el que mejor se maneja Milei, y que por lo visto hasta ahora le dio resultados: la intolerancia y la agresividad, hijas dilectas del autoritarismo.

Los medios de comunicación ya comenzaron a mostrar un rosario de contradicciones que pintan a Milei de cuerpo entero, como lo que quiere mostrar que no es para el imaginario popular: un político hecho y derecho (o sea, un hombre de la “casta”). 

Sin mencionar su -¿exprofeso?- inentendible discurso económico, cuyo eje en la dolarización –que hace un tiempo negaba por “nefasta” y además está prohibida en la Constitución– hoy es relativizado por uno de los hacedores, el economista Emilio Ocampo, quien para variar también es víctima de sus flagrantes contradicciones.

La principal fortaleza de Javier Milei, hábil manipulador de las emociones sociales (“me gané la vida estudiando patrones de comportamiento”, supo decir) reside en asegurarle a la demandante sociedad que hará realidad el engañoso discurso de los políticos que vienen repitiendo hipócritamente que “hay que terminar con un Estado bobo y elefantiásico al servicio de la política y no de la gente”, pero hicieron todo lo contrario cuando llegaron al poder.

Para ello Milei apela a la reminiscencia de lo que magistralmente hizo el periodista Bernardo Neustad en los albores de los noventa al servicio de Carlos Menem: mostrar lo que todo el mundo veía (en los noventa y ahora): un Estado ineficiente y corrupto, para dar paso a la ya experimentada solución menemista, versión remasterizada digitalmente: poner en manos privadas lo que el Estado hace mal (y sospechado de corrupción), con una celestial promesa: el costo del ajuste por venir -¡¿más aún?!- recaerá sobre “la política” y no sobre la gente, comenzando con la estratégica eliminación del 60 % de los delirantes 22 ministerios que tiene Alberto Fernández.

¿Quién podría oponerse a ello?

Inmediatamente Milei le pega en la matadura a otro reclamo social: desinsectar de “ñoquis de La Cámpora” los organismos del Estado; el CONICET vino a cuento en la dinámica de una nota televisiva, pero desató el debate sobre el verdadero rol de ese organismo -y de tantos otros- puesto bajo la lupa luego por la misma Patricia Bullrich. 

¿Quién podría oponerse a ello?

Carlos Menem supo admitir cínicamente que si decía en campaña lo que iba a hacer, no lo votaría nadie -nunca sabremos si antes de Cavallo tenía pensado hacer todo lo que se hizo- pero Bernardo Neustad (sin la actual potencia de las redes sociales de hoy día, solo con un programa diario de radio y otro semanal de televisión) ya había abonado mediáticamente el terreno para que “Mingo” pudiera sembrar y cosechar sus frutos, comenzando por la mágica convertibilidad (hoy Cavallo sugiere algo parecido para no caer en el delirio de la dolarización).

Javier Milei, al contrario del razonamiento de Menem, dice lo que haría, por más trasnochadas que fueran las propuestas, a sabiendas de que el kirchnerismo gobernante ya le allanó el camino, predisponiendo emocionalmente a la sociedad para cualquier cosa que no sea lo que está viviendo y que quiere fervorosamente se termine lo antes posible; de allí que presumimos no habrá 19 de noviembre.

 

Milei marcó agenda nacional y provincial

Decíamos en nuestra anterior columna que Javier Milei había ganado la batalla dialéctica, emotiva y cultural, dibujándole la agenda a Patricia Bullrich. 

También le marcó la cancha a quien resultare ganador de las elecciones generales del 10 de septiembre en Santa Fe.

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Mario Maestu